ARANTZA
Pero ¿Por qué a nadie le importaba su opinión? ¡No quería ir! Sus padres y hermanos habían llegado al acuerdo táctico de recrearle lo divertida que iba a ser la nueva aventura y manifestaban un entusiasmo desmesurado. Pero él no se dejaba convencer ¿Por qué iba a querer cambiar su magnífica situación? no quería compartir juguetes, ni subir a muchos columpios, ni tampoco aprender canciones nuevas... ¿Cómo iba a querer algo así? Y sobre todo ¿Cómo ellos insistían en prescindir de la brillante sonrisa que usaba con sobrada consciencia, de hacerle el almuerzo, ayudarle a recoger las piezas del juego de construcción o compartir los sorprendentes descubrimientos sobre el mundo que hacía a cada instante?
Demoró todo lo posible la salida de casa, poniendo a prueba la paciencia de Ana e incluso la suya propia. Pero su madre, por lo visto, se había levantado preparada para afrontar estoicamente las artimañas más eficaces que guardaba en su catálogo. Manifestó -a berreos- su disconformidad con ese complot. Lo manifestó en la panadería de Aurora, en el quiosco de Marcelo, en el semáforo donde la Sra. Engracia dejaba comida a los gatos...
Regó, con un alarido de auxilio, cada rincón que piso pero nadie acudía a salvarlo.
Cuando se quiso dar cuenta ya estaba frente a ese lugar, que tenía aspecto realmente amenazador. Una orquesta de llantos, mocos, pañuelos y súplicas atronaba el lugar, y se unió a la sinfonía mientras repetía una frase que acababa de captar y le parecía realmente buena:
- “¡Mami! ¿Ya no me quieres? ¡Buaaaa!”
Pero mami no estaba dispuesta a ceder.
Sin cesar el gimoteo, que ya no iba acompañado de lágrimas, se vio solo en esa habitación. Solo, junto con 18 sollozos desconsolados. Hasta que reparó en María. Una mujer que miraba con ojos emplatados aquella caótica escena sabiendo que era el primer día de colegio para todos, incluso para ella...
S*OL PEREDA
De nada le habían servido a la querida "Seño" los años de universidad ni toda la teoría que había estudiado en ella.
Era su primer trabajo en la profesión que siempre había soñado, y los días previos al inicio de curso había estado tanto o más ansiosa que cuando la habían dejado ir de viaje sola por primera vez.
Era capaz de ponerse en la situación de esas criaturitas desconsoladas con sentimientos de abandono, pero estaba tan bloqueada que era incapaz de encontrar una solución medianamente razonable.
Ponerse ella también a llorar no mejoraría la situación, pero era lo que su cuerpo le pedía.
Habría sido más fácil seguir sirviendo perritos en el establecimiento de su tío, donde las únicas condolencias se las daría al perrito en el momento de ser vendido a un cliente
"Yo tenía veintiún perritos,
uno lo vendí a un cliente.
No me quedan más que veinte."
- ¡Ya está! -pensó en voz alta.
Cantar siempre había sido una buena cura en momentos de miedo.
Primero echó un vistazo al aula y pensó: "ni en las mejores guerras podría haber tanto caos", pero la situación empezaba a parecerle divertida.
Uno de sus alumnos, Gonzalo, después de llorar todo lo que pudo y más, decidió tumbarse en el suelo, con las manos enlazadas detrás de la nuca a echarse su siesta matutina y siguiendo su aplastante lógica: "Al mal tiempo, buena cara".
Caminó despacio hacia la zona acolchada, se sentó en el suelo y comenzó a cantar.
Pablo, seguía de cerca a la que iba a ser el segundo gran amor de su vida -después, por supuesto, de su madre- ... su Seño. Y cuando la escuchó cantar, comenzó a imaginarse una fábrica de mamás y seños donde les enseñaban canciones, espantamiedos y quitamocos, porque no era posible que su mamá y su seño -a la que no había visto nunca- supieran la misma canción que tanto le gustaba.
Al parecer, Pablo no era el único que estaba escuchando cantar a María. Poco a poco los nuevos inquilinos del aula comenzaron a sentarse alrededor de "la Seño" y Pablo sintió en ese momento que le iban a salir muchos competidores por su nuevo amor. Así que se sentó junto a ella, le agarró con una mano su falda y decidió acompañar -con algunas palabras que sabía pronunciar- aquella melodía mágica...
LUIS VAQUERO
Una arritmia devastadora con respecto al compás de la cancioncilla, se produjo cuando Pablo agarró su bolsa de tela por abajo y se le cayeron al suelo dos docenas de canicas, que los más astutos se apresuraron a rescatar, y los más nobles le ayudaron a recoger.
El llanto desproporcionado del niño, viendo su colección de canicas convertida en un botín que se repartieron algunos de sus nuevos compañeros, provocó una alegría colectiva para los beneficiarios, unido a algunas burlas de otros y caras de sorpresa en los restantes; una situación que se le empezaba a escapar de las manos a María en su debut.
Uno de sus primeros objetivos, era que los niños aprendiesen a compartir, lo cual se contradecía con el mensaje que debería hacer entender, sobre la propiedad privada que en justicia se merecía la colección de canicas de Pablo.
No le resultó difícil, finalmente, hacerles entender la diferencia entre los juguetes del colegio y una colección que tanta dedicación le había costado reunir a su compañero; aunque a pesar del asentimiento general, la totalidad de las canicas seguía sin aparecer para desconsuelo del propietario y desconcierto de la seño, quien finalmente tuvo que asumir el compromiso de que al día siguiente le traería las tres que no aparecían -que seguro las encontraría a la venta en el kiosko de Marcelo-.
Prosiguió con dos canciones más, acudiendo a continuación a la pintura de dedos, antes de ir al recreo.
Rápidamente se percataron todos -incluida la seño- de que Gonzalo, en quien nadie había reparado porque su siesta le había mantenido ajeno a tanto escándalo- ahora se encontraba jugando inocentemente con unas canicas que Pablo identificó al instante como suyas.
Como la vida misma, con seres humanos en pequeñito, pero con una conflictividad similar a la de los adultos, María tuvo que jugar su papel de alcaldesa, jueza y parte, que también en eso consiste la enseñanza, en intentar conducir a buen puerto esa mezcla de seres angelicales y salvajes que somos al nacer.